Archivos Mensuales: marzo 2013

Hablando de los cacataibos

(Pantanos de Villa, Chorrillos, Lima) Hablar de los pueblos en aislamiento voluntario en nuestro país resulta peligroso. Y no porque exista una prohibición expresa para hacerlo, sino porque la presencia de estos peruanos invisibles en territorios repletos de recursos naturales por extraer molesta a algunos, subvierte intereses de los que vienen apostando por una geografía solo dispuesta a la voracidad de las industrias extractivas y los megaproyectos siglo XXI. Genera escozor y rabia. Sin embargo, su presencia es un hecho insoslayable, una contradicción más de las tantas que existen en este país inconmensurable y lleno de extravíos.

El texto de Beatriz Huertas sobre los pueblos indígenas en aislamiento del 2002 constituye una de las piezas más lúcidas que conozco sobre tamaño problema sin resolver. Allí la antropóloga comenta que son catorce los pueblos indígenas que siguen huyendo del contacto con occidente y se repliegan en lo más recóndito de las selvas de Madre de Dios, Ucayali, Cusco y Loreto. Recuerdi que hace un par de años, como lo comentó con rigor la Sociedad Zoológica de Frankfurt, un grupo de ellos, mashco-piros presionados por la tala ilegal que destruye sus territorios, atacó a un joven de la localidad de Monte Salvado en el interior de la Reserva Territorial que el Estado les ha asignado. El caso, felizmente, no sirvió aquella vez para cacerías de brujas y nuevas correrías.

El libro de Huertas, editado por IWGIA; el magisterio de Alberto Chirif; la lectura de los relatos de Paul Marcoy, el francés que recorrió la amazonía del sur en 1846; las conversaciones con Lelis Rivera, de CEDIA, durante un viaje a través del Mainique y la terca lucha de la gente del Instituto del Bien Común (IBC) -Richard Smith, Margarita Benavides, en su tiempo Renzo Piana y Valeria Biffi, Carlos Soria y María Rosa Montes- han ido alimentando mi interés y preocupación por estos hombres y mujeres que resisten, armados de lanzas y piedras, la invasión que les sigue llegando desde los Andes y amenaza con evaporarlos. ¿Por qué se afanan en vivir, desnudos y sin ninguna posibilidad de imponerse, en esos bosques que otros ambicionan?, ¿Qué es lo que los incita a diáspora tan triste y silente? Para la Dra. Huertas su aislamiento no debe entenderse como una situación de no contacto con respecto al resto de la sociedad, sino como una actitud de supervivencia. Se rehúsan al contacto porque históricamente éste ha sido desfavorable para sus congéneres. La respuesta cae por su propio peso: siguen huyendo para no morir.

No voy a explayarme en tema tan controversial y lleno de detalles antropológicos, biológicos y éticos. Valga esta introducción para presentar el maravilloso libro que el IBC acaba de poner en circulación sobre los cacataibos en aislamiento voluntario de las nacientes del río Aguaytia, al sur de la Cordillera Azul, a un paso de la congestionada Pucallpa y la tristemente célebre Marginal de la Selva. Se trata de la edición del trabajo de Abner Montalvo, un antropólogo que visitó la región a inicios de la década del cincuenta y que después de todos estos años se animó a publicar esta historia alucinante sobre los ancestros de los cacataibos del 2010, un relato vivido sobre los que se asimilaron a la nación peruana y los que aún continúan indómitos.

El libro, Los Kakatai, etnia amazónica del Perú, resulta en ese sentido una especie de piedra de la Rosetta para quienes se han dedicado por años al estudio de este pueblo indígena. Un hallazgo casual, una suerte de pergamino perdido en los confines del pasado. Abner Montalvo era un estudiante de la facultad de Etnología de la Universidad de San Marcos cuando se subió a un camión, el primero de los muchos vehículos que tuvo que tomar, para llegar al río San Alejandro, uno de los afluentes del Aguaytia. Ocho días le tomó culminar la odisea que comenzó en Lima aquel verano de 1952. Dos años vivió entre los kakatai del río Nöka-San Alejandro, sesenta años le ha tomado regresar para contar su historia.

A los profesionales del IBC, que no conocían el trabajo de Montalvo, la noticia del manuscrito del estudioso les debió haber sonado a música celestial. Me imagino los rostros de Dick Smith y de Margarita Benavides después de la primera lectura de este vademécum sobre los kakatai y los kamanös o camanos, los calatos a los que hacen referencia los pobladores de las comunidades nativas próximas a sus territorios cuando hablan de los indígenas no contactados que suelen ingresar a sus chacras o atisban en el bosque. Montalvo permaneció con los kakatais, adultos y ancianos en su mayoría, entre los años 1952 y 1953, gracias a los buenos oficios de un curaca local que lo presentó como «representante del presidente del Perú». La información que recogió de los mayores de la comunidad hacía referencia al modo de vida kakatai durante las primeras décadas del siglo pasado, una época de guerras interétnicas y correrías alentadas por los caucheros.Con excepción del curaca, todos los kakatai que conoció se apellidaban Bonzano, en honor a un cauchero de origen italiano que los había sometido pacíficamente poco tiempo atrás. Montalvo se contactó con los kakatai cuando estos vestían como occidentales y solo se desplazaban sin ropa cuando se internaban en el bosque. Los más jóvenes ya hablaban castellano y algunos se habían licenciado en el ejército.

Recomiendo el libro de Montalvo, en realidad un atlas etnográfico sobre el pueblo kakatai. Diré algo más: dos son los conceptos básicos, siguiendo el relato del joven estudiante de etnología sanmarquino, para entender la cosmología kakatai: ñushí y nö. El ñushí es el espíritu de los seres animados e inanimados. Todos los elementos del bosque, los ríos, la tierra, los cielos tienen un ñushí que les da vida. La palabra nö kakatai, en cambio, designa a los enemigos y puede aplicarse a los ñushís de los seres que habitan el cosmos (animados o inanimados). También se aplica la palabra nö, usada como sufijo, a los otros, a los que no pertenecen a la comunidad kakatai. Pueden ser ajenos al mundo kakatai como los shipibos (chamas), asháninkas (campas) o mestizos (mozos) o, también puede aplicarse el término a kakatais con los que no hay cercanías o con los que simplemente existen distanciamientos.

He gozado con el libro de Abner Montalvo y estoy seguro que sus páginas serán de mucha utilidad para los estudiosos que siguen tercos en la defensa de los pueblos en aislamiento voluntario, de estos hermanos que decidieron evitar el contacto para salvarse de lo peor de nosotros. Y felicito a mis amigos del IBC, especialmente a Margarita Benavides, editora del recientemente publicado Atlas de las Comunidades Nativas y Áreas Naturales Protegidas del Nordeste de la Amazonía Peruana, otra maravillosa contribución de su institución al estudio y valoración del Perú.

Los Kakatai
Etnia amazónica del Perú
Instituto del Bien Común, 2010
210 pp

San Marcos, el distrito con más rentas de la sierra peruana

(San Marcos, callejón de Conchucos, Áncash) Estuve en San Marcos horas antes de la vacancia del alcalde de San Marcos Máximo Blas, quien acababa de recuperar la alcaldía que había sido tomada por asalto diez días atrás por las huestes del defenestrado alcalde Ugarte. En conclusión, tres alcaldes en poco menos de dos semanas; indudablemente, en esas condiciones es imposible gobernar un distrito que pese a todo lo que se dice en la prensa nacional, sufre las consecuencias de un modelo de desarrollo que privilegia el asistencialismo y la burocracia municipal sobre las actividades productivas. De eso habíamos hablado en el restaurant Junagán, en San Marcos, Vito Reeves, gerente edil, Carlos Alva, economista de paso por la región y yo; Vito nos comentó que en el 2012 el municipio local había destinado 70 millones de soles para pagar las planillas de los  nueve mil pobladores que laboran en el Plan Piloto, al que todos llaman, sin inmutarse,  Plan H, o sea Plan Hueveo.

Reeves me parece un funcionario probo y muy capaz, qué pena que deba dejar el cargo, la propuesta que había logrado consensuar entre los munícipes era idéntica a la que en el proyecto de turismo que dirijo en Conchucos venimos preconizando: promover las actividades productivas que puedan articularse a mercados económicos locales y foráneos. Todo ello desde el consenso y el compromiso de todos de dejar de gastar lo que se tiene –qué en materia de rentas municipales como hemos visto, es muchísimo- en clientelismo, para optar por la revolución productiva.

Lágrimas por el Congo…

(Huaraz, Cordillera Blanca, Áncash) Cuando leí la denuncia de Klaus Werner sobre la guerra que en el Congo venían patrocinando las multinacionales ligadas a la industria de la tecnología móvil no lo podía creer, lo que contaba el fundador de las revistas Kontexte y Energiewende parecía un relato de ciencia-ficción o algo peor, no la realidad. La crónica del autor de “El libro negro de las marcas” acusaba sin reparos a Bayern, el gigante de las aspirinas, de estar detrás de “la Primera Guerra Mundial africana”, un conflicto por el tántalo, un elemento metálico imprescindible en el negocio de las tecnologías, causal de una guerra siniestra que ya por entonces había provocado la muerte de más de dos millones y medio de seres humanos en el Congo, el vecino más cercano de Ruanda, la nación que sufrió en los años ochenta el genocidio más brutal después del provocado por Hitler.

Lágrimas por el Congo

El texto que les comento lo leí en el 2007, es más, muchos de los datos recogidos por Werner para justificar su alegato contra las transnacionales eran del 2000 o del 2001: “Esta tierra está siendo asolada desde agosto de 1998 por una guerra que es casi desconocida  en Europa y que no parece quitarle el sueño a nadie. África está muy lejos, y los africanos tienen la costumbre de morir antes de tiempo”, copio. Increíble, el drama de Congo, la guerra por el coltan, la combinación de columbita y tantalita que los congoleños más pobres arrancan con las manos de la endurecida piel del continente, se ha extendido y ha duplicado en víctimas fatales las estadísticas. Y todo esto a vista y paciencia de los que atiborramos las tiendas para exigirle a nuestra compañía favorita un mejor servicio de telefonía o lo último en tecnologías de la información.

Hace unos días volví a posar  mi atención en el mapa africano, oh, magnífico burgués, para entender el éxito de la carne del diminuto cuy andino introducida no sé cómo en las mesas del norte congolés (http://soloparaviajeros.pe/nota8-elcongo2.html) y me encontré, cara a cara, con el drama interminable de su gente, de sus hombres y mujeres, la mayoría niños, atrapados entre los pliegues de la otra cara de nuestra modernidad y buen vivir. Horrible. Sigo espantado. Les paso este texto del notable escritor Alberto Vásquez-Figueroa, de repente, nuestras voces sirven para llamar la atención sobre una tragedia que debemos detener. Y también esta cita: “Por absurdo que parezca, el Congo es uno de los países más ricos de la Tierra. Allí se puede encontrar oro, plata, diamantes, petróleo, cobre, cobalto, estaño y otras preciadas riquezas del subsuelo. El principal frente bélico se extiende –no por casualidad- a lo largo de las grandes minas” (K. Werner)

http://www.mundo-geo.es/gente-y-cultura/congo-el-negocio-maldito-del-coltan

Otro sí:
Encontré este texto del 2008, lo escribí a propósito de la muerte de siete gorilas en el Parque Nacional Virunga y solo habla de las mafias del carbón, no del colpan. Tampoco del genocidio en ciernes, si no de la mortandad en una especie emblemática y tan cara al conservacionismo mundial.

Hoy la lucha es otra, es nuestra especie la que vive un drama:

La última edición de la prestigiosa revista Nacional Geographic trae un artículo sobre la muerte hace un año de los siete gorilas del Parque Nacional Virunga, en la República Democrática del Congo, que nos conmovió por las similitudes con el drama Pómac . Como es sabido, las fotos que el reportero gráfico Brent Stirton tomó de Senkwekwe, el gorila de lomo plateado muerto a tiros por un puñado de desalmados, dieron la vuelta al mundo denunciando la atroz persecución que vienen sufriendo los gorilas africanos en el Congo y Ruanda, principalmente.

Pues bien, un año después de iniciadas las investigaciones sobre el alevoso crimen, organismos de la sociedad civil llegaron a una sola conclusión: detrás de la muerte de los siete espaldas plateadas se encuentran las mafias del carbón que se aprestan a tomar por asalto lo que queda de lo que alguna vez fue un parque nacional de más de ochocientas mil hectáreas.

En Virunga vive la mitad de la población de gorilas de la tierra. Trescientos y pico de los 720 ejemplares que siguen (a duras penas) en pie. Paradójicamente, en el Parque Nacional de Virunga, joya de la corona del sistema de parques africanos, viven (y mueren) veinticinco mil soldados de diversas nacionalidades y facciones: congoleses, ruandeses (tutsis del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo y hutus de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda) y cascos azules de las fuerzas de paz de la ONU. En las proximidades del parque se aglutinan 800 mil desplazados, los más pobres entre los pobres del Africa negra.

En Virunga el negocio es el carbón. Y el carbón vive su época dorada a pesar de las prohibiciones y leyes que protegen al parque. En esta esquina del mundo una familia satisface sus necesidades de energía utilizando 70 kilos de carbón y si consideramos que son cien mil las familias que sobreviven en el parque, podemos colegir que se extraen de estos bosques casi cuatro mil sacos diarios de carbón. Y eso que no estamos agregando en esta estimación los miles de sacos más que dedicados a atender las necesidades del resto del país. Mark Jenkins, autor del artículo que comentamos, considera que en el año 2006, mientras el turismo de gorilas inyectaba en la economía ruandesa 300 mil dólares, el carbón de Virunga fue capaz de producir treinta millones de dólares.