Archivos Mensuales: octubre 2011

105. De nuevo en el principio: la agricultura orgánica como posibilidad

 

No he olvidado la pachamanca del 2005 en Lamay, el bucólico vallecito donde sentaron raíces Franco Negri y Rafo Casabone, también sus hijos, toda la familia: Paula Trevisan, Marlis Ferreyros, los chicos alargando sus primeros pasos entre los sembríos de maíz y el ladrido de los perros. Los Negri y los Casabone viviendo del sueño repetido de querer vencer las convenciones, luchando desde el alba -cada día- para armar, de a poquitos, una parcela en el campo capaz de derrotar el desencanto. Creyendo en las bondades de la tierra, en la posibilidad de un huerto autosuficiente, poderoso, dador de buenos frutos.

Lamay, nombre preciso. Sol tibio en cantidades y  aroma de eucaliptos. Sol siempre y el crispar de la naturaleza acechando en todo momento; agua cristalina bajando de los apus, sin prisa y sin contaminantes, aliviada de  tanta humanidad.

Todos los merendeantes de aquella tarde en las proximidades del valle de Urubamna no hubiéramos dudado en  afirmar, sin reparos, que la felicidad, al menos en Lamay, no era una quimera, tenía el rostro sonrosado de Valentina, de Mateo, de los hijos de Rafo y Paula corriendo entre el follaje, emboscados por la pachamama y sus encantos. Marlis y yo cumplíamos años, también Joaquín Randall. Las mamás en pleno tenían motivos para celebrar, se les veía pletóricas de alegría. Ese domingo era el segundo de mayo, día de la Madres.

Buen rato lo pasé hablando de educación con Namasté Reátegui y Verónica  Ugarte, las dos sumamente felices con los éxitos del parvulario Chasca Wasi y el Ausangate Billingual School. Ale Trevisan, Peter Frost, Reinhard y la Jota, Mario Ortiz de Zevallos, Leoni Lange y sus hijos: Vaidana, Naomi y Santino, Ana Blondet, Marina Rubio, Pablo Segovia, Susana Galdós, Maxi, el guía más célebre de Explorandes, George Fletcher, Tammy Gordon, la propietaria de Los Perros y la Cicciolina, completaban, en parte, la escena: un grupo de locos creyentes en otro modelo de desarrollo. Todos firmemente desarraigados de la ciudad y sus desatinos.

Por entonces recién se hablaba de los transgénicos y sus amenazas, el calentamiento global no se había convertido en un término nice en boca de cualquiera, el concepto todavía sonaba peligroso. Rafo Casabone apenas tenía media hectárea en producción y una granja de cuyes rebosantes de vida sin mercado aparente donde colocarse. Con Franco hablamos harto de la importancia de construir cadenas de valor en torno a los productos orgánicos. En la revista Viajeros estábamos tratando de hacer visibles los mercados campesinos y su potencial y nuestro lectores parecían entusiasmados con la idea.

Tiempo después el propio Franco fue capaz de reunir a un grupo nutrido de campesinos orgánicos del valle en la Asociación de Productores Ecológicos de Lamay (APEL). En el 2008 los visité con una delegación de estudiantes de la Universidad Ramón Llull de Barcelona que se quedaron boquiabiertos con la fortaleza del rollo de los productores agroecológicos que conocieron. Nelson, uno de ellos, les refirió que el valle de Lamay era uno de los más limpios de la zona, les dijo más: “en nuestras tierras los pesticidas y otras sustancias químicas son casi desconocidos”. Campesinos pobres por definición, los productores ecológicos de Lamay estaban convencidos de la fortaleza de una propuesta basada en la pureza de sus cultivos. Buen sol, agua fresca, tierras nobles, mano de obra respetuosa de los ciclos de la tierra. Maridaje perfecto.

De vuelta al Cusco de siempre. Hace unos días volví a encontrarme con Rafo Casabone, pero esta vez en uno de los amplios salones del Incanto, uno de los seis restaurantes de la cadena que dirige en el Cusco. Con nosotros estuvo Carlos Zevallos, gerente general de Cusco Restaurants y la música que escuché me llenó de emoción y complacencia: los seis restaurantes del grupo están siendo abastecidos con insumos orgánicos producidos en el huerto de Lamay y en las chacras de un grupo de agricultores de la microcuenca que siguió con terquedad el predicamento de hace unos años.

No se trata, hay que decirlo también, de una producción a escala, por el contrario, estamos hablando de un mercado pequeño, gourmet, con capacidad de hacer link (económico) por ahora solo con un selecto colectivo de restaurantes cusqueños que ha decidido premiar a su clientela con una carta de calidad. Una oferta culinaria sana y totalmente orgánica. El sueño de la cadena productiva basada en el respeto de la buena tierra.

“Esta asociación de intereses, este negocio franco y de mutuas conveniencias, sí produce inclusión social, cambios verdaderos en la vida de la gente”, nos lo comentó Rafo Casabone en medio del tráfago de 28 de julio.  Y desde ese día, mis recuerdos de aquel lejano domingo de mayo del 2005 que rememoré con ustedes, se han vuelto recurrentes. ¿Qué bueno, no? Como para volver a Lamay a tomar nota, in situ, de esta revolución agraria. Es necesario contarla porque tenemos en la agenda una tarea inmensa por cumplir: derrotar a las voces que claman por una agricultura moldeada en el paradigma Monsanto. Y esa no es la idea de los que seguimos soñando con un tipo de desarrollo que posibilite el buen vivir. El retorno al principio, a los orígenes.